Ávila, 5:55 horas
Muy bien, vosotros lo habéis querido. Me acabo de ganar el infierno.
Ávila, 5:55 horas.
La mañana era fría y lluviosa pese a eso, Sor María de San José se levantó como todos los días a las 6 de la mañana para Maitines. Su cara reflejaba la preocupación que desasía su alma. Una misteriosa intranquilidad rompía la paz de años de perpetua oración y penitencia. Un pensamiento pecaminosos acechaba sin piedad la pureza de su corazón y empañaba el cristal terso que iluminaba la luz del esplendor. A sus 54 años no recordaba haber sufrido con tanta violencia semejante llamada al pecado . Ni siquiera en los años de novicia que con el regocijo de la juventud el peligro es mayor.
Después del desayuno, las hermanas se retiraron a su labor asignada. Aquel día a Sor María le tocaba día de retiro. Ese día se trabajaba lo mínimo. Se empleaba para reflexionar sobre la vida particular. También se analizaba en profundidad y completa soledad algún capítulo de los Evangelios, que previamente había elegido la Madre Abadesa.
Deambuló como alma en pena por el convento, y sin saber por qué o tal vez movida por el diablo, se encaminó hacía la cocina. Las hermanas todavía no habían llegado para realizar los roscos de vino típicos de navidad. Sintió tranquilidad al sentirse sola. No se demoró en buscar en uno de los cajones un mortero de madera en desuso que había visto día atrás. Lo lavó a conciencia con agua caliente y jabón. Al escuchar los pasos silenciosos de las hermanas, lo guareció en el bolsillo del hábito. Con las manos encubiertas, Sor María se encaminó a su lugar de encuentro con Cristo.
Se sentó en la segunda fila de bancos, con las piernas y manos muy juntas y la cabeza inclinada. Empezó la reflexión. Nuevamente sintió aquel punzón en el corazón. Acechaba implacable aquella idea en su mente. Quiso esquivarla una y otra vez, quiso pensar en sus años de misión, quiso rezar todas oraciones que aguardaba su memoria pero todo esfuerzo fue en vano. Cuanto más lo rechazaba, más latente se hacía el deseo.
Levantó la frente buscando el alivio en Cristo “El sacrificio de todo bien” que la miraba comprensivo y consecuente con la condición humana, hechos a su imagen y semejanza. Sor María de San José pidió perdón, clemencia y arrepentimiento mientras deslizaba su brazo dentro del hábito. “El hábito religioso reservaba a la monja como cuerpo y alma consagrados a Dios. Simbolizando su renuncia al mundo y sirviéndole a ella, y a los demás, como recordatorio constante de que ahora pertenece enteramente a Dios, de tal manera que todas sus acciones, palabras y hasta pensamientos deben reflejar esa relación única”.
La mano desnuda dentro del hábito escampo por sus anchas sobre el cuerpo virgen y casto de Sor María. Acarició dócilmente sus piernas, juntas, muy juntas. Mientras en su mente un pensamiento. “La monja de clausura cumple en grado sumo el primer mandamiento del Señor: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”
Tímidamente deslizó sus dedos entre sus piernas. Los dedos dibujaban la línea que formaba sus piernas juntas y jugaban a introducirse una y otra vez por el orificio que formaban las piernas y el vientre. Al contacto con la vagina aumentaba su presión sanguínea y el deseo se hacía doloroso. El dedo índice se adentraba cada vez más hondo llegando al monte de venus. “Ella tiende a la perfección de la caridad, acogiendo a Dios como el único necesario en el misterio de un amor total y exclusivo”. Los movimientos fueron aumentando la velocidad.
Entre una mezcla de emoción y miedo separó las piernas. Se quito las bragas. Ahora jugaba con dos dedos que se posaban y perfilaban los labios mayores. Al sentir la humedad saltó de placer. Notaba como su sexo se inflaba y ardía en deseo . “Amándolo exclusivamente como el Todo de todas las cosas, llevando a cabo con amor incondicional hacia Él"...
Levantó la pierna izquierda apoyándola sobre el banco delantero, se sentó levemente hacía delante dejando el orificio vaginal abierto. Recogió el falo de madera que guardaba en el bolsillo y lo impregnó con su humedad, “haciendo de ello el sentido pleno de su vida y amor en Dios”. Introdujo el palo lentamente en la vagina, lentamente, dentro, fuera. El dolor fue dando paso al más excitante de los placeres. El movimiento fue tomando cadencia y al ritmo se unió sus caderas que acompasaban el movimiento de su mano. Saciaba una y otra vez con su rítmicos movimiento los años de castidad. Gemía de placer mientras un hilo fino de saliva caía por la comisura de sus labios que recogía con su ansiosa y cálida lengua. El olor a sexo se hizo patente en la capilla. Esto la excitaba más si cabía y movía más enérgicamente el mazo de madera. Los movimientos eran ahora espasmos incontrolables. Miraba a Cristo que le sonreía.
"Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir. Yo no muero, entro en la vida”.
Una explosión en sus entrañas le hizo ver a Dios con un séquito innumerable de vírgenes, santos y ángeles. Quedó tan mojada como extasiada.
Después del desayuno, las hermanas se retiraron a su labor asignada. Aquel día a Sor María le tocaba día de retiro. Ese día se trabajaba lo mínimo. Se empleaba para reflexionar sobre la vida particular. También se analizaba en profundidad y completa soledad algún capítulo de los Evangelios, que previamente había elegido la Madre Abadesa.
Deambuló como alma en pena por el convento, y sin saber por qué o tal vez movida por el diablo, se encaminó hacía la cocina. Las hermanas todavía no habían llegado para realizar los roscos de vino típicos de navidad. Sintió tranquilidad al sentirse sola. No se demoró en buscar en uno de los cajones un mortero de madera en desuso que había visto día atrás. Lo lavó a conciencia con agua caliente y jabón. Al escuchar los pasos silenciosos de las hermanas, lo guareció en el bolsillo del hábito. Con las manos encubiertas, Sor María se encaminó a su lugar de encuentro con Cristo.
Se sentó en la segunda fila de bancos, con las piernas y manos muy juntas y la cabeza inclinada. Empezó la reflexión. Nuevamente sintió aquel punzón en el corazón. Acechaba implacable aquella idea en su mente. Quiso esquivarla una y otra vez, quiso pensar en sus años de misión, quiso rezar todas oraciones que aguardaba su memoria pero todo esfuerzo fue en vano. Cuanto más lo rechazaba, más latente se hacía el deseo.
Levantó la frente buscando el alivio en Cristo “El sacrificio de todo bien” que la miraba comprensivo y consecuente con la condición humana, hechos a su imagen y semejanza. Sor María de San José pidió perdón, clemencia y arrepentimiento mientras deslizaba su brazo dentro del hábito. “El hábito religioso reservaba a la monja como cuerpo y alma consagrados a Dios. Simbolizando su renuncia al mundo y sirviéndole a ella, y a los demás, como recordatorio constante de que ahora pertenece enteramente a Dios, de tal manera que todas sus acciones, palabras y hasta pensamientos deben reflejar esa relación única”.
La mano desnuda dentro del hábito escampo por sus anchas sobre el cuerpo virgen y casto de Sor María. Acarició dócilmente sus piernas, juntas, muy juntas. Mientras en su mente un pensamiento. “La monja de clausura cumple en grado sumo el primer mandamiento del Señor: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”
Tímidamente deslizó sus dedos entre sus piernas. Los dedos dibujaban la línea que formaba sus piernas juntas y jugaban a introducirse una y otra vez por el orificio que formaban las piernas y el vientre. Al contacto con la vagina aumentaba su presión sanguínea y el deseo se hacía doloroso. El dedo índice se adentraba cada vez más hondo llegando al monte de venus. “Ella tiende a la perfección de la caridad, acogiendo a Dios como el único necesario en el misterio de un amor total y exclusivo”. Los movimientos fueron aumentando la velocidad.
Entre una mezcla de emoción y miedo separó las piernas. Se quito las bragas. Ahora jugaba con dos dedos que se posaban y perfilaban los labios mayores. Al sentir la humedad saltó de placer. Notaba como su sexo se inflaba y ardía en deseo . “Amándolo exclusivamente como el Todo de todas las cosas, llevando a cabo con amor incondicional hacia Él"...
Levantó la pierna izquierda apoyándola sobre el banco delantero, se sentó levemente hacía delante dejando el orificio vaginal abierto. Recogió el falo de madera que guardaba en el bolsillo y lo impregnó con su humedad, “haciendo de ello el sentido pleno de su vida y amor en Dios”. Introdujo el palo lentamente en la vagina, lentamente, dentro, fuera. El dolor fue dando paso al más excitante de los placeres. El movimiento fue tomando cadencia y al ritmo se unió sus caderas que acompasaban el movimiento de su mano. Saciaba una y otra vez con su rítmicos movimiento los años de castidad. Gemía de placer mientras un hilo fino de saliva caía por la comisura de sus labios que recogía con su ansiosa y cálida lengua. El olor a sexo se hizo patente en la capilla. Esto la excitaba más si cabía y movía más enérgicamente el mazo de madera. Los movimientos eran ahora espasmos incontrolables. Miraba a Cristo que le sonreía.
"Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir. Yo no muero, entro en la vida”.
Una explosión en sus entrañas le hizo ver a Dios con un séquito innumerable de vírgenes, santos y ángeles. Quedó tan mojada como extasiada.
"Si el padecer con amor
Puede dar tan gran deleite
¡Que gozo nos dará el verte!
"Cuando el dulce cazador
Me tiró y dejó rendida
En los brazos del amor
Mi alma quedo caída,
Y cobrando nueva vida
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida
Dadme honra o deshonra
Dadme guerra o paz crecida
Flaqueza o fuerza cumplida
Que a todo digo que si"
Ese mismo día, por la tarde, horas antes de la cena, se celebra el Capítulo de Culpas en la Sala Capitular donde, después de la reflexión, cada monja ofrecía a la comunidad su confesión recibiendo después la exhortación de la Madre Abadesa. Tentada estuvo Sor Marías de San José salvar su alma del infierno confesando su íntimo secreto, pero decidió callar, vivir en pecado y seguir amando a Cristo, una vez al mes, de esta manera tan particular.
"No es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama".
Textos de Santa Teresa de Jesús.