11 de octubre de 2006

Tango y champán

Un viejo tango arrabalero sonaba en aquel boliche de rancia decoración y dudosa reputación.
Sentada en una de aquellas mesas redondas, situadas en un rincón apartado de la pista de baile, me acomodaba las medias negras de seda en mis largas piernas, revisaba mi pelo recogido en la nuca, rectificaba mi carmín, examinaba mi manicura... mientras el camarero impecable, con delantal negro hasta los pies, me servía otra copa de champán.

Desde la distancia me miraste esbozando una imperceptible sonrisa.
Con un leve movimiento de cabeza señalaste la pista de baile.

Durante un minuto nuestras miradas se retaron, a punto estuve de rechazar la invitación, pero animada por los primeros sorbos de champán y empujada por la soledad, me puse de pie sobre mis altos tacones finos, me ajuste la pollera y camine al encuentro de aquél compadrito de pelo engominado hacia atrás, pañuelo ladeado al cuello y lustrosos zapatos que caminaba hacia mí con largas zancadas, arrastrando lentamente las puntillas de sus pies.

Me tomaste por la cintura con fuerza, con decisión, pero a la vez con suavidad.
Apoyaste tu mejilla izquierda sobre mi mejilla derecha mientras se arrimaban nuestros torsos.
Siguiendo el compás deslizaste tu pie derecho, rígido, hacia atrás, yo deslicé el izquierdo hacia delante... un, dos, tres, cuatro, juntamos el quinto... Figuras, pausas, cortes y quebradas. Abrazados, al mismo son, cada uno realizaba sus estudiados movimientos y en cada movimiento pusimos el alma entregados el uno al otro.
Cruzamos el piso de mármol negro haciendo movimientos geométricos al compás del bandoneón.
Mi mundo eran nuestras piernas perfectamente coordinadas, mi universo era la letra de aquel afligido tango, mi razón de vivir tu respiración…

En una cortina me devolviste a mi mesa redonda situada en un rincón apartado del la pista de baile, donde me esperaban mi copa de champán disipada y mi soledad.

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