17 de abril de 2007

Hay primaveras y primaveras

Me cogió por sorpresa el día soleado y creo que eso fue lo que me hizo ir a contrapié. Pese a todo, intente recubrirme como pude de los rayos solares y el exceso de claridad. Lo mejor hubiera sido enterrar la cabeza entre las hojas secas, pero una sensación plomiza me impedía mover cualquier extremidad. Así que me quedé allí tumbada, bajo las sábanas de musgo de mi guarida, buscando algún rincón fresquito.

La luz dio paso al calor hasta llegar un momento que se hizo insoportable seguir allí dentro. Como digo, me levante con el pie cruzado y de esta guisa salí de la osera. Por supuesto me dolía hasta el último hueso de mi enorme cuerpo y es que estar todo el invierno hecho un ocho, en menos de un metro cuadrado, no es como para levantarse bailando jotas.

Saqué el hocico y vi el campo florecido y un gran Arbutus unedo, vamos lo que los humanos conocen como madroños. Esto me dio ánimos para despertar de mi letargo. Se me abrió el apetito. No deje un arbusto con fruto. Soy incapaz de recordar cuántas bolas me comí, solo recuerdo que de repente empezó a darme unos retortijones la panza que no podía ponerme a dos patas y casi a ras de suelo volví a la madriguera de donde no tenía que haber salido ¡ Qué mal ratito pasé ! Ya te dije que empecé con el pie cambiado. Con los retortijones estuve por lo menos tres días. No sé, igual estaban los madroños caducados... Con esto del cambio climático.

El tercer día, ya con los dolores menos intensos, intenté salir nuevamente de la osera. Al sacar la cabeza sentí un golpazo tremendo en la nuca que vi pajaritos alrededor de mi nariz durante más de diez minutos. Una maldita roca se había desprendido de la montaña en aquel preciso momento... esto es lo que yo llamo mala suerte. Dejé de ver los pajaritos para dar paso a las más absoluta oscuridad. Creo que estuve sin conocimiento casi una semana. Yo me daba por muerta. Cuando se me paso el mareo me arme de valor y decidí franquear nuevamente la entrada. Lo admito, tenía miedo. Mientras me decidía y no, un ratón con cara de pocos amigos me miraba desde la entrada retándome a salir. El pánico me paralizó y así estuve un par de días, por lo menos, hasta que el amenazante ratón, supongo, lo intentó con otra presa.

Finalmente a las dos semanas de mi primer intento, salí nuevamente de la osera. Con cuidado de no padecer nuevamente un empacho, y cubriéndome la cabeza con las garras, comí vegetales lentamente e intentando coger los más digestivos, mi hambre todavía no estaba saciada, cuando pasó un oso muy macho, feo y peludo ya lo dice el dicho “el hombre y eso cuanto más feo más hermoso”, pues este era hermosísimo de feo que era... con sus ojazos negros y sus andares de galán de cine... me sedujo al instante... cuando con un gruñido sensual me dijo ... ¿Dónde vas con ese culazo morenaza? No tuve dudas en acompañarle a su osera de amor. Durante 9 días y 9 noches consumamos nuestra pasión. El décimo día el oso me abandonó dejándome desolada y preñada. Todos los osos son iguales.

Casi un mes estuve con náuseas, vómitos matutinos y mareos. Salía por la mañana un rato a recolectar algo que echarme a la boca y rápidamente regresaba a la cabaña del padre de mis osos a tumbarme y olvidarme del mundo osil.

Entre arcada y mareo pasó por lo menos un par de meses. Cuando quise darme cuenta empezaron a caer las primeras nieves otoñales y tuve que ponerme precipitadamente adecuar una nueva osera para pasar el invierno.

Y llegó el invierno y las grandes nevadas. Aquí estoy con insomnio, con hambre, con frío... entre una cosa y otra no he hecho la reserva de grasa que ahora necesito... y estos ositos no hacen más que moverse en la tripa.
Ya lo decía mi madre, hay primaveras que una no debiera despertar.

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3 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

jajaja... divertido y triste a la vez.

6:09 p. m.  
Blogger Sandra Sánchez ha dicho...

Uo es que lo pienso todos los días...que despertar pa na, es tontería...

9:31 p. m.  
Blogger Galahan ha dicho...

Que osada :P

Mu bueno.

10:27 a. m.  

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