10 de octubre de 2007

Caminante, no hay zapatos

Fueron abandonados, sin compasión, en la puerta del bar. Allí se quedaron inmóviles, estancados, silenciosos. ¡ Con lo que ellos habían sido ! Desde que se estrenaron en la boda de Rogelio habían recorrido cientos de kilómetros, habían visitado lugares inhóspitos y vivido insospechados sucesos. Habían estado en el fútbol, en los toros, en hospitales, en el campo, en el río, celebraciones, huidas desesperadas y algún que otro entierro y por supuesto lugares indecentes...
Ahora estaban allí, impacientes, imposibilitados, a la espera de su nuevo destino. Por suerte se tenían el uno al otro. Desde que salieran de la fábrica, nunca se habían separado. Bueno, algún alejamiento fortuito, uno detrás del armario y el otro debajo de la cama... pero al final, siempre juntos.
¿Quién los calzaría? ¿Qué nueva forma adoptarían? ¿Qué les quedaba por ver?
Eran realistas y sabían que unos zapatos viejos, fabricados en cadena no podían tener un esperanzador destino. ¡ Si al menos fueran lujosos italianos o que decir de unos lustrosos Crockett & Jones o inclusive unos Sebago!... pero no eran más que unos simples y escuetos zapatos negros fabricados en el sur de China para ser importados a Europa en un contendor y vendidos en una zapateria de barrio. Esperaban lo peor. Caer en los pies de un vendedor ambulante, un bailarín desquiciado, un cobrador de seguros o un sucio chatarrero.

Quiso el destino que, cuando casi estaban desfallecidos y deshidratados, un parroquiano los metiera en una bolsa del Carrefour. Tras un viaje asfixiantes e interminable de aproximadamente una hora se encontraron sobre una montaña de ropa y zapatos usados. Creyeron lo peor: Auschwitz. Esperaban aterrados el momento de la incineración.
Tras un baño de betún fueron metidos en una gran caja esta vez llena solo de zapatos: elegantes, informales, chanchas, botas, zuecos... Se hizo la oscuridad. Durante días todo era negro. Por fin la luz los cegó. El sol quemador de Ghana.

No tardaron en estar chutando una pelota recosida de cuero y corriendo por una tierra seca y árida. En principio se sintieron muy desanimados. Desde luego ellos no fueron fabricados para semejante uso.
Aunque no eran distinguidos ¡ eran de piel! A los dos días descubrieron que fue lo mejor que les había pasado en su existencia. Nunca antes habían estado mejor cuidados y mimados. Aquellos zapatos, que ya eran piel de jubilado, adquirieron un nuevo brillo. Se sintieron por primera vez útiles, queridos, valorados, admirados. No temieron ser sustituidos a las primera de cambio o con el primer golpe de calor. No les asustaba la idea de ser abandonados en un cajón sucio, sin ventilación y maloliente todo el verano.

Los ojos de muchacho que los calzaba resplandecían de orgullo y gratitud. Despacio y casi con un ritual limpió cuidadosamente los zapatos. No podía dejar de sonreír. Aquella mañana, por primera vez en su corta vida, fue al colegio con sus magníficos zapatos y los zapatos, por primera vez, fueron al colegio.

Foto cedida por zoom35mm

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7 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Fascinante !!!
Me encantó la metafora de los zapatos. Es sensillamente genial.
gracias

7:27 p. m.  
Blogger Paco Becerro ha dicho...

Pero qué preciosidad. Esa historia ademas podríamos contarla con ordenadores, con gafas de sol, gafas de ver, si fueramos mucho más solidarios.

Gracias.

Lagrimita...

8:15 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

¡Que buen destino el de los zapatos!
A mi los ojos, como los del muchacho. Muy bueno echaita.

10:48 p. m.  
Blogger Sandra Sánchez ha dicho...

Un cuento precioso! he disfrutado mucho leyéndolo e intrigada por saber si habría final feliz o no...
Me ha gustado mucho. Petonets.

11:51 p. m.  
Blogger Mul ha dicho...

Preciosa historia! Un punto de vista distinto sobre donar nuestras cosas "viejas"...

12:12 p. m.  
Blogger echaita ha dicho...

Gracias... Va por ustedes.
Cuánta razón, blogero, podía ser cualquier objeto al que no le damos ningún valor y puede ser tan preciado.

1:33 p. m.  
Blogger MIRONA ha dicho...

Muy bien echaita, nunca está de más recordar que no valoramos lo que tenemos, no porque porque de nada carezcamos sino porque no sabemos ni lo que poseemos.

Saludos.

2:24 p. m.  

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