La mobilette

Ayer me acordé de la mobilette de mi abuelo... aquellos veranos en el pueblo, subida en la motocicleta ¡ eran fascinantes ! y cuando se quedaba sin gasolina... a darle a los de pedales. Mi abuelo, cada vez que pasaba por delante del balcón, me gritaba para que dejara la moto aparcada en la puerta de casa, y la dejaba, pero aprovechaba la hora sagrada de la siesta para sentir el rugir de aquel motor de 49 centímetros cúbicos que tan feliz me hacía.
Me recorría todas las calles desiertas del pueblo. Una y otra vez. Entonces no había ni un solo semáforo, así que era un no parar. Como casi no llegaba al suelo cuando tenía que parar lo hacía a ras de los bordillos, con dignidad.
Era detención obligada era la piscina pública. Allí, a la hora del cierre me detenía en la puerta larga y tendida, sin bajar de la moto, para exhibirme delante de los muchachos que me miraban con pelusilla.
Qué buenos ratos. No faltaron las caídas, los pinchazos y la perla en la bujía ...
Y dicen que las bicicletas son para el verano, eso es porque el Sr. Fernan Gómez

no probó la mobilette de mi abuelo.