12 de diciembre de 2006

El vendedor ambulante

Ayer, como otros muchos días, me quede a comer en el bar que hay cerca de la oficina.
Cuando voy sola me gusta sentarme en la barra y comerme un bocadillo.
Mientras revisaba el diario, me percaté que a mi derecha se instalaba un chico de color (negro) portando en unas bolsas de basura cinturones y camisetas Chourcho Armani a 8 €.
Le miré, me miro, me sonrío, le sonreí, luego me invitó a comprar un cinturón, como no es mi marca preferida, le dije que prefería esperar haber si otro día traía Dolce Cabaña o Bersaxe. El chico, resignado, se pidió un Trina de naranja (lo que antes se conocía como trinaranjus) y mientras el camarero le servía, se dio un garbeo por las mesas exhibiendo su boutique ambulante.

Yo que soy muy observadora, pero discreta a la vez, con el periódico en la mano en calidad de trinchera, me dediqué a hacer estudio de mercado sobre la preferencia de los clientes en marcas, defecto profesional.

Una pareja, de cara rancia y actitud más rancia todavía, ante la llegada del chico, desviaron la mirada automáticamente hacía el lado opuesto al comerciante y así, como dos estatuas de sal, se quedaron hasta que el vendedor ambulante se marchó.

Se acercó entonces a otra pareja de aspecto más agradable, de pronto el señor empezó a reprocharle que lo que hacía estaba prohibido y que si la economía del país iba como iba y que si la especulación inmobiliaria del alcalde de Andratx y que si la Pantoja está más delgada... el chico se hizo el senegalés, el sueco en España, y como el que no quiere la cosa huyó sigilosamente.
Fue a parar a otra mesa donde dos cotorras, perdón por los pájaros, hablaban hasta por los codos... Las cacatúas se callaron de golpe al ver los bolsos, complementos y bisutería, porque el consumismo puede más que los cotilleos. Miraron con detalle todos los productos que el muchacho portaba en las bolsas y después de un buen rato regateando el precio y discutiendo la calidad de los objetos, el vendedor aceptó el precio que ellas estaban dispuestas a pagar, pero entonces perdieron el interés y no compraron ni un llavero, alegando no haber cobrado todavía. Siguieron con su verborrea.
Yo creo que el chico estaba rojo de la cólera, pero como era negro no se le notaba.

Después se sentó a mi lado, enfrente de su Trina. Sin perder opción de venta, le ofreció la moda portátil al chico que estaba sentado a su derecha. Éste le dijo que el material era demasiado femenino para él.
Tolerante, el chaval, se relajó y se dispuso a tomarse su naranjada.
A los pocos minutos el chico de la derecha del vendedor, pidió la cuenta diciéndole al camarero que le cobrara lo que había consumido más el Trinaranjus. El vendedor, esbozando una amplia sonrisa le dio varias veces las gracias, después me miró y mientras bebía la naranjada me dijo:
-Hay días que está frío, pero me tapo la garganta.
Mientras tanto, en la tele, Isabel Preysler anunciaba sus prestigiosos bombones.

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